2002-02-27
Fritanga y deseo
El olor más característico de esta América es el de la mantequilla, seguido de cerca por el de la canela y el del chapapote que se usa para impermeabilizar los tejados. Si la construcción en Japón se caracteriza por un cuidadoso empleo de la silicona (hilos finísimos que no se apartan ni un milímetro de las direcciones cartesianas), podríamos decir que aquí el aislamiento es objeto de una especial atención. Las casas tienen el mismo aspecto provisional y barato, como de cheapness, que las aceras. Por todas partes encontramos herrajes desparejados, vigas espaciadas en distancias arbitrarias y suelos que se hunden como el piso de las trochas en la jungla, pero no hay goteras.
Volvamos sin embargo a la fritanga, cuya presencia se hace insoportable cuando uno se da cuenta de que el olor procede de partículas en suspensión que se cuelan por la nariz y depositan su manto aceitoso en los pulmones, entorpeciendo el flujo de la sangre en los capilares más finos de los bronquios. La fuente de estas emisiones suele encontrarse en los grandes tarugos de mantequilla, cuando no de manteca, que se funden lentamente sobre grandes planchas renegridas por el uso. Todo alimento patrio sabe a mantequilla dulzona, casi láctea: desde un inocente changüí de pavo hasta el café del desayuno, en cuya superficie la luz se retuerce como en un vertido de gasoil. ¿Recuerdan las croissanterías que hace unos años ocuparon los locales de muchas mercerías, sustituyendo el colorido de botones y ovillos por la dictadura dorada del horno? Pues igual pero a lo bestia.
Lo de la canela es otra historia mucho más seria. Todo el mundo sabe que las ramas secas del canelo tienen un poderoso efecto afrodisiaco y aquí se consumen hectolitros de tés, bollos y chicles de canela. Si se fijan un poco verán que hasta la cocacola tiene un cierto sabor canela y casi todos los dulces y la mitad de los platos llevan suficiente canela como para poner en pie de guerra a una congregación de franciscanos, que como todo el mundo sabe son los curas de San Francisco. Gracias a la canela esta América se mantiene en un estado de excitación sexual contínua que lleva a sus habitantes a sufrir alucinaciones, como hace poco ocurrió con el fiscal general del estado, puesto que en cada país parece reservado a los individuos más mesurados y eficaces. Imaginen al pobre Ashcroft cada mañana, después de desayunar su cinnamon tea con cinnamon roll dando una rueda de prensa acorralado entre los pechos enhiestos de una diosa justiciera y una horda de jóvenes periodistas que huelen a mantequilla y sostienen, cada una, un gordo micrófono en la mano.
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posted by vendell 23:04
5 Comments
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Comentarios
1
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De: Rigel |
Fecha: 2002-02-28 00:32 |
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¡Hay que ver qué bonito es recordar las anécdotas de viajes!
El fiscal ese, ¿no fué el de las cortinas que costaron un pastón? Pues serán muy mesurados los fiscales y la gente así, pero me parece que andan un poco desprestigiados en los últimos tiempos, al menos por aquí
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2
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De: vendell |
Fecha: 2002-02-28 11:21 |
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El mismo fiscal, efectivamente
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De: El Pez |
Fecha: 2002-02-28 11:37 |
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Uno entiende ahora las enormes erecciones americanas. Como la de la imagen (de paso voy a ver si funciona copiar un poco de html y que quede dentro del comentario).

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4
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De: vendell |
Fecha: 2002-02-28 23:54 |
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Juer Pez, ¡vaya membrey que se gastan por ahí!
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