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2006-08-31

Chambos

La primera vez que entro en uno de estos espacios perdidos en el tiempo apenas llego a intuir el significado profundo de lo que veo. Se trata en un concurridísimo flea market en la frontera sur de Estados Unidos, donde casi todo lo que se vende guarda alguna relación con la obsesión fabril de las gentes del lugar. La sucesión de llaves de tubo, batidoras, gatos hidráulicos, bombas de mano, prensas para tabaco, hierros de marcar ganado y rollos de fibra de vidrio no deja resquicio a la duda: aquí las cosas no valen por antiguas o insólitas, sino en la medida en que alguien sea capaz de recuperarlas para los ciclos productivos aunque sean en un remoto vórtice del sistema.

La segunda revelación me sorprende ya instalado en esta vida, aunque tiritando en una gélida mañana berlinesa. A orillas del Spree y muy cerca del Molecule man se levanta una nave diseñada con la falta de compasión de una fortaleza medieval, lo que en cierto modo da sentido a los puestos de cachivaches que han proliferado junto a sus muros, regentados por tipos impacientes que nos siguen con la mirada cuando entramos en la nave. El interior resulta estar fragmentado en cubículos de tamaños diversos, de tal forma que los más pequeños inventan nuevo espacio apilando estanterías tan apretadas que nos hacen avanzar como dioses egipcios en el laberinto bidimensional de un bajorrelieve. Lo que se expone a la venta en estos diminutos espacios no tiene nombre: es la puta vida. La gente alquila un cubículo y traslada sus posesiones, desde media docena de muñecas descabezadas y una marioneta hasta un vestido de novia en poliéster amarilleado por los años, incluídas las rosas rojas del ramo. Zapatos, sueltos o por pares, menaje de cocina, libros, fotos, recuerdos de viajes, cosas que se heredaron, que se compraron, que se recibieron en regalo, que se encontraron tiradas en la calle hace veinte, treinta o cuarenta años. El lote completo quizá se pueda comprar por veinte euros (prueba irrefutable del fracaso del materialismo histórico), pero no es el precio lo que nos asombra, ni el género, sino la presencia del vendedor perfectamente mimetizado entre los restos de su pasado.

Ya pueden imaginarse la emoción que nos embarga sólo de pensar en lo que nos espera mañana.


posted by vendell 01:27

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